Hemos fetichizado grandes palabras como "debido proceso", "derechos humanos" y "democracia" más allá de su significado. El debido proceso real no cuesta más vidas de las que protege. Los verdaderos derechos humanos no favorecen a los culpables. La democracia real no censura a los disidentes. Los tiempos en que lanzar estos términos otorgaba una superioridad moral instantánea han terminado.
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