El uranio puede alimentar tu mundo. Un trozo de uranio del tamaño de un huevo produce tanta electricidad como 88 toneladas de carbón. Sin embargo, la verdadera maravilla no radica solo en la producción, sino en la densidad de esa energía. El uranio está lejos de ser escaso: es 500 veces más abundante que el oro. Se encuentra en la tierra bajo nuestros pies, en la roca de las montañas, en el agua del océano e incluso en pequeñas cantidades dentro de tu propio cuerpo. Cada puñado de tierra contiene un susurro de él. En el corazón de cada átomo de uranio se encuentra una reserva colosal de energía. Cuando un núcleo de uranio-235 se divide en fisión, libera calor y neutrones. Esos neutrones colisionan con átomos vecinos, provocando más divisiones en una reacción en cadena descontrolada. Átomo por átomo, esta cascada libera millones de veces más energía que la combustión de carbón o petróleo. Esa es la esencia de la energía nuclear: el calor de fisión hierve el agua en vapor, impulsa turbinas y electrifica ciudades enteras, sin quemar nada y sin emitir dióxido de carbono. Los residuos son una fracción diminuta de lo que dejan atrás los combustibles fósiles. El viaje comienza con mineral de uranio, molido en un polvo amarillo llamado yellowcake, luego vaporado y centrifugado. El isótopo más ligero, uranio-235, se aísla y se prensa en pequeñas pastillas negras brillantes. Una sola pastilla, no más grande que la yema de un dedo, equivale a una tonelada de carbón en energía.