En el corazón del interior australiano, a más de 880 millas de Adelaida, se encuentra un lugar que parece negar las reglas de la ciudad moderna: Coober Pedy. En esta extensión desértica, donde los veranos traen calor superior a 105 grados Fahrenheit (45 grados Celsius), la supervivencia no se juega sobre la superficie sino bajo tierra. No es una rareza cultural, sino una elección forzada. El nacimiento de este asentamiento se remonta a 1915, cuando se descubrió el ópalo y transformó la aldea en la capital mundial de las piedras preciosas. El propio nombre, derivado de una expresión aborigen que significa "hombre blanco en un agujero", narra su esencia: la mayoría de los habitantes viven en cavidades excavadas en la roca, llamadas refugios excavados, que garantizan un clima estable entre 75 y 78 grados Fahrenheit, un refugio natural frente al abrasador desierto. Pero esto no es solo un simple refugio. Se desarrolla una verdadera comunidad bajo tierra, con iglesias, tiendas, museos e incluso un hotel, todo incrustado en la tierra. En el exterior, el paisaje está dominado por colinas de escombros mineros y un paisaje que recuerda a un planeta alienígena, tanto que los directores han elegido este escenario para películas como Mad Max más allá de la cúpula del trueno y Negro total. La vida cotidiana es dura pero cautivadora. Los buscadores de ópalo continúan trabajando con herramientas básicas, mientras que la población, compuesta por personas de más de cuarenta naciones, crea un mosaico de culturas. Coober Pedy se convierte así en un símbolo radical de la adaptación humana, un lugar donde la tierra no es solo un refugio, sino un hogar.